XXXII
Misterios del "Magníficat”
Durante la oración de las dos santas mujeres vi una parte
del misterio relacionado con el Magníficat. Debo volver a ver todo esto el
sábado, víspera de la octava de la fiesta y entonces podré decir algo más.
Ahora sólo puedo comunicar lo siguiente: el Magníficat es el cántico de acción
de gracias por el cumplimiento de la bendición misteriosa de la Antigua
Alianza. Durante la oración de María vi sucesivamente a todos sus antepasados.
Había en el transcurso de los siglos, tres veces catorce parejas de esposos que
se sucedían, en los cuales el padre era siempre el vástago del matrimonio
anterior. De cada una de estas parejas vi salir un rayo de luz dirigido hacia
María mientras se hallaba en oración. Todo el cuadro creció ante mis ojos como
un árbol con ramas luminosas, las cuales iban embelleciéndose cada vez más, y
por fin, en un sitio determinado de este árbol de luz, vi la carne y la sangre
purísimas e inmaculadas de María, con las cuales Dios debía formar su
Humanidad, mostrándose en medio de un resplandor cada vez más vivo.
Oré entonces, llena de júbilo y de esperanza, como un niño
que viera crecer delante de sí el árbol de Navidad. Todo esto era una imagen de
la proximidad de Jesucristo en la carne y de su Santísimo Sacramento. Era como
si hubiese visto madurar el trigo para formar el pan de vida del que me hallara
hambrienta. Todo esto es inefable. No puedo decir cómo se formó la carne en la
cual se encarnó el mismo Verbo. ¿Cómo es posible esto a una criatura humana que
todavía se encuentra dentro de esa carne, de la cual el Hijo de Dios y de María
ha dicho que no sirve para nada y que sólo el espíritu vivifica?... También
dijo Él que aquéllos que se nutren de su Carne y de su Sangre gozarán de la
Vida Eterna y serán resucitados por Él en el último día. Únicamente su Carne y
su Sangre son el alimento verdadero y tan sólo aquéllos que toman este Alimento
viven en Él, y Él en ellos.
No puedo expresar cómo vi, desde el comienzo, el
acercamiento sucesivo de la Encarnación de Dios y con ella la proximidad del
Santo Sacramento del Altar, manifestándose de generación en generación; luego
una nueva serie de patriarcas representantes del Dios Vivo que reside entre los
hombres en calidad de víctima y de alimento hasta su segundo advenimiento en el
último día, en la institución del sacerdocio que el Hombre-Dios, el nuevo Adán,
encargado de expiar el pecado del primero, ha trasmitido a sus Apóstoles y
éstos a los nuevos sacerdotes, mediante la imposición de las manos, para formar
así una sucesión semejante de sacerdotes no interrumpida de generación en
generación.
Todo esto me enseñó que la recitación de la genealogía de
Nuestro Señor ante el Santísimo Sacramento en la fiesta del Corpus Christi,
encierra un misterio muy grande y muy profundo. También aprendí por él que así
como entre los antepasados carnales de Jesucristo hubo algunos que no fueron
santos y otros que fueron pecadores, sin dejar de constituir por eso gradas de
la escala de Jacob, mediante las cuales Dios bajó hasta la Humanidad, también
los obispos indignos quedan capacitados para consagrar el Santísimo Sacramento
y para otorgar el sacerdocio a otros, con todos los poderes que le son
inherentes.
Cuando se ven estas cosas se comprende por qué los viejos
libros alemanes llaman al Antiguo Testamento la Antigua Alianza o antiguo
matrimonio, y al Nuevo Testamento la Nueva Alianza o nuevo matrimonio. La flor
suprema del antiguo matrimonio fue la Virgen de las vírgenes, la prometida del
Espíritu Santo, la muy casta Madre del Salvador; el vaso espiritual, el vaso
honorable, el vaso insigne de devoción donde el Verbo se hizo carne. Con este
misterio comienza el nuevo matrimonio, la Nueva Alianza. Esta Alianza es
virginal en el sacerdocio y en todos aquéllos que siguen al Cordero, y en ella
el Matrimonio es un gran sacramento: la unión de Jesucristo con su prometida la
Iglesia.
Para poder expresar, en cuanto me sea posible, cómo me fue
explicada la proximidad de la Encarnación del Verbo y al mismo tiempo el
acercamiento del Santísimo Sacramento del Altar, sólo puedo repetir, una vez
más, que todo esto apareció ante mis ojos en una serie de cuadros simbólicos,
sin que, a causa del estado en que me encuentro, me sea posible dar cuenta de
los detalles en forma inteligible. Sólo puedo hablar en forma general. He visto
primero la bendición de la promesa que Dios diera a nuestros primeros padres en
el Paraíso y un rayo que iba de esta bendición a la Santísima Virgen, que se
hallaba recitando el Magníficat con Isabel. Vi a Abrahán, que había recibido de
Dios aquella bendición, y un rayo que partiendo de él llegaba a la Santísima
Virgen. Vi a los otros patriarcas que habían llevado y poseído aquella cosa
santa y siempre aquel rayo yendo de cada uno de ellos hasta María. Vi después
la transmisión de aquella bendición hasta Joaquín, el cual, gratificado con la
más alta bendición venida del Santo de los Santos del Templo, pudo convertirse
por ello en el padre de la Santísima Virgen concebida sin pecado. Y por último
es en Ella donde, por la intervención del Espíritu Santo, el Verbo, se hizo
carne. En ella, como en el Arca de la Alianza del Nuevo Testamento, el Verbo
habitó nueve meses entre nosotros, oculto a todas las miradas, hasta que
habiendo nacido de María en la plenitud de los tiempos, pudimos ver su gloria,
como gloria del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Esta noche vi a la Santísima Virgen dormir en su pequeña
habitación, teniendo su cuerpo de costado, la cabeza reclinada sobre el brazo.
Se hallaba envuelta en un trozo de tela blanca, de la cabeza a los pies. Bajo
su corazón vi brillar una gloria luminosa en forma de pera rodeada de una
pequeña llama de fulgor indescriptible. En Isabel brillaba también una gloria,
menos brillante, aunque más grande, de forma circular; la luz que despedía era
menos viva.
Ayer, viernes, por la noche, empezando ya el nuevo día, pude
ver en una habitación de la casa de Zacarías, que aún no conocía, una lámpara
encendida para festejar el Sábado. Zacarías, José y otros seis hombres,
probablemente vecinos de la localidad, oraban de pie bajo la lámpara, en torno
de un cofre sobre el cual se hallaban rollos escritos. Llevaban paños sobre la
cabeza; pero al orar no hacían las contorsiones que hacen los judíos actuales.
A menudo bajaban la cabeza y alzaban los brazos al aire. María, Isabel y otras
dos mujeres se hallaban apartadas, detrás de un tabique de rejas, en un sitio
desde donde podían ver el oratorio: llevaban mantos de oración y estaban
veladas desde la cabeza a los pies.
Luego de la cena del sábado vi a la Virgen Santísima en su
pequeña habitación recitando con Isabel el Magníficat. Estaban de pie contra el
muro, una frente a la otra, con las manos juntas sobre el pecho y los velos
negros sobre el rostro, orando, una después de la otra, como las religiosas en
el coro. Yo recité el Magníficat con ellas, y durante la segunda parte del
cántico pude ver, unos lejos y otros cerca, a algunos de los antepasados de
María, de los cuales partían como líneas luminosas que se dirigían hacia ella.
Vi aquellos rayos de luz saliendo de la boca de sus
antepasados masculinos y del corazón del otro sexo, para concluir en la gloria
que estaba en María. Creo que Abrahán, al recibir la bendición que preparaba el
advenimiento de la Virgen, habitaba cerca del lugar donde María recitó el
Magníficat, pues el rayo que partía de él, llegaba hasta María desde un punto
muy cercano, mientras que los que partían de personajes mucho más cercanos en
el tiempo, parecían venir de muy lejos, de puntos más distantes.
Cuando terminaron el Magníficat, que recitaban todos los
días por la mañana y por la noche, desde la Visitación, se retiró Isabel, y vi
a la Virgen entregarse al reposo. Habiendo terminado la fiesta del sábado los
vi comer de nuevo el domingo por la noche. Tomaron su alimento todos juntos en
el jardín cercano a la casa. Comieron hojas verdes que remojaban en salsa.
Sobre la mesa había fuentes con frutas pequeñas y otros recipientes que
contenían, creo, miel, que tomaban con unas espátulas de asta.
En latín Magnificat anima mea Dominum, et exultavit spiritus meus in Deo salutari meo, quia respexit humilitatem ancillae suae. Ecce enim ex hoc beatam me dicent omnes generationes, quia fecit mihi magna qui potens est, et sanctum nomen eius, et misericordia eius ad progenie in progenies timentibus eum. Fecit potentiam in brachio suo, dispersit superbos mente cordis sui, deposuit potentes de sede, et exaltavit humiles, esurientes implevit bonis, et divites dimisit inanes. Suscepit Israel puerum suum recordatus misericordiae suae, sicut locutus est ad patres nostros Abraham et semini eius in saecula. |
En español Proclama mi alma la grandeza del Señor, y se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador; porque ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava, y por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: su nombre es Santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hizo proezas con su brazo: dispersó a los soberbios de corazón, derribó del trono a los poderosos y enalteció a los humildes, a los hambrientos los colmó de bienes y a los ricos los despidió vacíos. Auxilió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia -como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abraham y su descendencia por siempre. |
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