XLI
La Sagrada Familia busca refugio
Entraron en Belén por entre escombros, como si hubiese sido
una puerta derruida. Las casas aparecen muy separadas unas de otras. María se
quedó tranquila, junto al asno, al comienzo de una calle, mientras José buscaba
inútilmente alojamiento entre las primeras casas. Había muchos extranjeros y se
veían numerosas personas yendo de un lado a otro. José volvió junto a María,
diciéndole que no era posible encontrar alojamiento; que debían penetrar más
adentro de la ciudad. Caminaban llevando José al asno del cabestro y María iba
a su lado.
Cuando llegaron a la entrada de otra calle, María permaneció
junto al asno, mientras José iba de casa en casa; pero no encontró ninguna
donde quisieran recibirlos. Volvió lleno de tristeza al lado de María. Esto se
repitió varias veces y así tuvo María que esperar largo rato. En todas partes
decían que el sitio estaba ya tomado y habiéndolo rechazado en todas partes,
José dijo a María que era necesario ir a otro lado en donde, sin duda,
encontrarían lugar.
Retomaron la dirección contraria a la que habían tomado al
entrar y se dirigieron hacia el Mediodía. Siguieron una calleja que más parecía
un camino entre la campiña, pues las casas estaban aisladas, sobre pequeñas
colinas. Las tentativas fueron también allí infructuosas.
Llegados al otro lado de Belén, donde las casas se hallaban
aún más dispersas, encontraron un gran espacio vacío, como un campo desierto en
el poblado. En él había una especie de cobertizo y a poca distancia un árbol
grande, parecido al tilo, de tronco liso, con ramas extendidas, formando
techumbre alrededor. José condujo a María bajo este árbol y le arregló un
asiento con los bultos al pie, para que pudiera descansar, mientras él volvía
en busca de mejor asilo en las casas vecinas. El asno quedó allí con la cabeza
pegada al árbol.
María, al principio, permanecía de pie, apoyada al tronco
del árbol. Su vestido de lana blanca, sin cinturón, caíale en pliegues
alrededor. Tenía la cabeza cubierta por un velo blanco. Las personas que
pasaban por allí la miraban, sin saber que su Salvador, su Mesías, estaba tan
cerca de ellos. ¡Qué paciente, qué humilde y qué resignada estaba María! Tuvo
que esperar mucho tiempo. Por fin sentóse sobre las colchas, poniéndose las
manos juntas en el pecho, con la cabeza baja.
José llora José regresó lleno de tristeza, pues no había
podido encontrar posada ni refugio. Los amigos de quienes había hablado a María
apenas si lo reconocían. José lloró y María lo consoló con dulces palabras. Fue
una vez más, de casa en casa, representando el estado de su mujer, para hacer
más eficaz la petición; pero era rechazado precisamente también a causa de eso
mismo.
El paraje era solitario. No obstante, algunas personas se
habían detenido mirándola de lejos con curiosidad, como sucede cuando se ve a
alguien que permanece mucho tiempo en el mismo sitio a la caída de la tarde.
Creo que algunos dirigieron la palabra a María, preguntándole quién era.
Al fin volvió José, tan conturbado, que apenas se atrevía a
acercarse a María. Le dijo que había buscado inútilmente; pero que conocía un
lugar, fuera de la ciudad, donde los pastores solían reunirse cuando iban a
Belén con sus rebaños: que allí podrían encontrar siquiera un abrigo. José
conocía aquel lugar desde su juventud. Cuando sus hermanos lo molestaban, se
retiraba con frecuencia allí para rezar fuera del alcance de sus perseguidores.
Decía José que si los pastores volvían, se arreglaría fácilmente con ellos; que
venían raramente en esa época del año. Añadió que cuando Ella estuviera
tranquila en aquel lugar, él volvería a salir en busca de alojamiento más
apropiado.
Salieron, pues, de Belén por el Este siguiendo un sendero
desierto que torcía a la izquierda. Era un camino semejante al que anduvieran a
lo largo de los muros desmoronados de los fosos de las fortificaciones
derruidas de una pequeña ciudad: se subía un tanto al principio, luego
descendía por la ladera de un montecillo y los condujo en algunos minutos al
Este de Belén, delante del sitio que buscaban, cerca de una colina o antigua
muralla que tenía delante algunos árboles: terebintos o cedros de hojas verdes;
otros tenían hojas pequeñas como las del boj.
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