LI
La circuncisión de Jesús
Ardían varias lámparas en la gruta. Durante la noche se rezó
largo tiempo y se entonaron cánticos. La
ceremonia de la circuncisión tuvo lugar al amanecer. María estaba preocupada e
inquieta. Había dispuesto por sí misma los paños destinados a recibir la sangre
y a vendar la herida, y los tenía delante, en un pliegue de su manto. La piedra
octogonal fue cubierta por los sacerdotes con dos paños, rojo y blanco, éste
encima, con oraciones y varias ceremonias. Luego uno de los sacerdotes se apoyó
sobre el asiento y la Virgen que se había quedado envuelta en el fondo de la
gruta con el Niño Jesús en brazos, se lo entregó a la criada con los paños
preparados. José lo recibió de manos de la mujer y lo dio a la que había venido
con los sacerdotes. Esta mujer colocó al Niño, cubierto con un velo, sobre la
cobertura de la piedra octogonal. Recitaron nuevas oraciones. La mujer quitó al
Niño sus pañales y lo puso sobre las rodillas del sacerdote que se hallaba
sentado. José inclinóse por encima de los hombros del sacerdote y sostuvo al
Niño por la parte superior del cuerpo. Dos sacerdotes se arrodillaron a derecha
e izquierda, teniendo cada uno de ellos uno de sus piececitos, mientras el que
realizaba la operación se arrodilló delante del Niño. Descubrieron la piedra
octogonal y levantaron la placa metálica para tener a mano las tres cajas de
ungüento; había allí aguas para las heridas.
Tanto el mango como la hoja del cuchillo eran de piedra. El
mango era pardo y pulido; tenía una ranura por la que se hacía entrar la hoja,
de color amarillento, que no me pareció muy filosa. La incisión fue hecha con
la punta curva del cuchillo. El sacerdote hizo uso también de la uña cortante
de su dedo. Exprimió la sangre de la herida y puso encima el ungüento y otros
ingredientes que sacó de las cajas. La cuidadora tomó al Niño y después de
haber vendado la herida lo envolvió de nuevo en sus pañales. Esta vez le fueron
fajados los brazos que antes llevaba libres y le pusieron en torno de la cabeza
el velo que lo cubría anteriormente. Después de esto el Niño fue puesto de
nuevo sobre la piedra octogonal y recitaron otras oraciones.
El ángel había dicho a José que el Niño debía llamarse
Jesús; pero el sacerdote no aceptó al principio ese nombre y por eso se puso a
rezar. Vi entonces a un ángel que se le aparecía y le mostraba el nombre de
Jesús sobre un cartel parecido al que más tarde estuvo sobre la cruz del
Calvario. No sé en realidad si el ángel fue visto por él o por otro sacerdote:
lo cierto es que lo vi muy emocionado escribiendo ese nombre en un pergamino,
como impulsado por una inspiración de lo alto.
El Niño Jesús lloró mucho después de la ceremonia de la
circuncisión. He visto que José lo tomaba y lo ponía en brazos de María, que se
había quedado en el fondo de la gruta con dos mujeres más. María tomó al Niño,
llorando, se retiró al fondo donde se hallaba el pesebre, se sentó cubierta con
el velo y calmó al Niño dándole el pecho. José le entregó los pañales teñidos
en sangre. Se recitaron nuevamente oraciones y se cantaron salmos.
La lámpara ardía, aunque había amanecido completamente. Poco
después la Virgen se aproximó con el Niño y lo puso en la piedra octogonal. Los
sacerdotes inclinaron hacia ella sus manos cruzadas sobre la cabeza del Niño, y
luego se retiró María con el Niño Jesús. Antes de marcharse los sacerdotes
comieron algo en compañía de José y de dos pastores bajo la enramada. Supe después
que todos los que habían asistido a la ceremonia eran personas buenas y que los
sacerdotes se convirtieron y abrazaron la doctrina del Salvador.
Entre tanto, durante toda la mañana se distribuyeron regalos
a los pobres que acudían a la puerta de la gruta. Mientras duró la ceremonia el
asno estuvo atado en sitio aparte. Hoy pasaron por la puerta unos mendigos
sucios y harapientos, llevando envoltorios, procedentes del valle de los
pastores: parecía que iban a Jerusalén para alguna fiesta. Pidieron limosna con
mucha insolencia, profiriendo maldiciones e injurias cerca del pesebre,
diciendo que José no les daba bastante. No supe quienes eran, pero me disgustó
grandemente su proceder. Durante la noche siguiente he visto al Niño a menudo
desvelado a causa de sus dolores, y que lloraba mucho. María y José lo tomaban
en brazos uno después de otro y lo paseaban alrededor de la gruta tratando de
calmarlo.
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